“Llevo ya casi tres años vendiendo, inicié porque mi papá es diabético y se inyecta insulina, por eso lo hice para ayudarlo”

Se dice que, durante la etapa de la niñez, las personas solo deberían preocuparse por jugar y ser felices, entre una que otra obligación muy mínima como ir a la escuela u ordenar sus juguetes.

Las obligaciones de mantener un hogar, deberían recaer únicamente sobre los adultos, pues ellos están en todas las condiciones físicas, mentales y emocionales para asumir esa responsabilidad. Sin embargo, ¿por qué existen niños que trabaja? ¿Cuál es la razón para que existan estos casos?

Las respuestas pueden variar, desde tratarse de un caso de abandono o muerte de los padres. Pero, también existen casos totalmente diferentes, y esa es la historia que contaremos a continuación.

“Carlitos” el niño que trabaja para ayudar a sus padres.

A diferencia de otros niños que se levantan pensando en que juego descargaron en sus celulares o tablets, Carlitos Francisco Jiménez Duque, lo hace pensando en alistarse y salir a vender sus bolillos.

Con apenas nueve años de edad, este niño lleva ya, tres años de su corta existencia dedicado a vender bolillos, con la única intención de ayudar económicamente a sus padres.

Él cuenta con un carisma único, el cual se ha convertido en su principal sello y así lo conocen sus clientes y señoras que a diario le compran.

“Llevo ya casi tres años vendiendo, inicié porque mi papá es diabético y se inyecta insulina, por eso lo hice para ayudarlo”, nos dice el pequeño, mientras sigue vendiendo.

Aarón Jiménez, padre de Carlitos perdió la vista a causa de la diabetes, por lo que no puede salir a vender, pues constantemente se inyecta insulina.

“De él sólo sale y me dijo yo quiero ayudarte papá porque me da miedo que cualquier día te pueda atropellar un carro, como hace cinco meses me caí de las escaleras que están acá”, nos cuenta el padre, mientras hornea.

La familia prepara los bolillos que Carlitos sale a vender, repartiéndose lo producido con su madre, quien también vende en otro sector de la ciudad.

Sale a la venta los siete días de la semana, a pie o en camión.

“A veces voy a pie y otros días voy en camión, de hecho, una vez me fui a Barrillas me subí en una lancha y me fui a Jicacal”, expresa Carlitos.

Un pantalón que le queda pequeño y una playera manga corta, cubren su cuerpo, que cargan una canasta con más de 20 bolillos diariamente.

Aunque le toquen días lluviosos como este viernes, no se detiene y camina entre el charco, mojándose los pies pues trabaja en sandalias.

“Antes me daba pena vender, pero vendía más, ahora con la competencia y como ando a pie, vendo menos, pero ya tengo clientes que me conocen y nomas paso y ya me hablan, para que les lleve los bolillos”, nos dice.

Gracias a lo que gana se pudo comprar su uniforme escolar.

Debido a que la situación económica se complicó para su familia, y no alcanzaba para sus uniformes, decidió vender también durante las tardes, saliendo de la escuela, pues acude en el turno vespertino.

“Haz de cuenta que cuando hace falta dinero, yo le doy a mi papa de lo que tengo ahorrado”, lo reafirma Carlitos, junto a su padre mientras descansa después de vender.

Por ahora, el pequeño Carlitos está guardando algo de dinero para comprar su uniforme de educación física y unos zapatos nuevos para poder salir a vender.

Su historia se hizo conocida por muchos.

Luego de salir en las noticias a través de las redes sociales, Carlitos y su familia han recibido ayuda de algunas almas caritativas, sobre todo para su padre que tiene problemas de diabetes. Incluso una empresa que ofrece servicios de análisis clínicos, pidió su ubicación para ayudarle, con este servicio de forma gratuita.

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