Por: Ana Elba Alfani Cazarin/ Estado de Oaxaca, México 

 En 1844, Mathieu de Fossey narraba cómo fue gratamente impresionado por las mujeres del Istmo de Tehuantepec. Para él, eran las mujeres más elegantes de América. 

Fascinado por el traje de tehuana, escribió: “El conjunto de este vestido es del todo adecuado para realzar los atractivos de una joven, conserva a las mil maravillas todas las formas del cuerpo, a la vez que es rico y airoso […] la primera vez que vi a unas jóvenes tehuantepecanas en su vestido nacional, me parecieron divinas”. 

Desde entonces, se ve a las mujeres de esa región como aguerridas e independientes, representan la fortaleza de la familia; y también extrovertidas y fiesteras, parte de un matriarcado que ha marcado su territorio, al punto de que a su alrededor se han forjado varios mitos, sobre los que te voy a hablar hoy. 

Sean tehuanas rabonas (las que usan huipil de cadenilla, bordado a máquina) o las ricamente ataviadas con el traje de gala de terciopelo, su presencia se nota en las representaciones que de ellas han hecho artistas plásticos, poetas y músicos. 

Máximo Ramón Ortiz fue quien, con su canción “Sandunga”, se convirtió en el padre del himno de los istmeños. Dedicada a su madre, la canción fue escrita en 1853, y es el son que encabeza la lista de canciones que se bailan en velas y calendas. 

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