¡AY, SANDUNGA…! 

María de los Ángeles Magaña Santiago 

De origen zapoteca, con mirada fuerte y alma festiva, ellas son las protagonistas del istmo de Tehuantepec. Tehuana, didxaazá, “paisana” e istmeña son sinónimos para identificar a la oriunda de la región. Desde el siglo XIX, viajeros y artistas mostraron enorme interés por estas mujeres; se sorprendieron con su belleza y vestimenta, pero en especial por el comportamiento igualitario ante los hombres, a diferencia de otros grupos indígenas. 

Muchos artistas han posado su mirada sobre las tehuanas; fotógrafos, pintores y escritores las han representado como reflejo de una singular fortaleza de la mujer mexicana. Las hemos visto en los bailes de la Guelaguetza y hemos escuchado la conocida canción Sandunga que habla de ellas. Claudio Linati, Mathieu de Fossey, Charles Brasseur, Diego Rivera, Miguel Covarrubias, Tina Modotti, entre otros, fueron algunos de los virtuosos que se inspiraron en ellas para su proyección artística. 

En la historia, las tehuanas son indígenas, mestizas, criollas y hasta blancas con ojos de color claro. Su ascendencia indígena proviene de los zapotecas que bajaron del valle de Oaxaca al istmo y decidieron combatir a los españoles a través de una constante actividad y resistencia masiva. La representación artística de las istmeñas por medio de diferentes estilos constituyó una preferencia por lo nativo y los temas nacionales, que implicaban una revaloración de las sociedades indígenas. 

El impacto en los viajeros 

En su texto Viaje a México (1844), Mathieu de Fossey narra sobre las tierras de Tehuantepec y su cultivo del añil, al que dedica un ligero estudio y lo liga con el azul que llevan las faldas de las mujeres de la zona, Juchitán y otros lugares. Fossey considera a las tehuanas de las mujeres más elegantes de América, equiparándolas con las de Lima, Perú. Explica con detalle su indumentaria y afirma que “el conjunto de este vestido, es del todo adecuado para realzar los atractivos de una joven, conserva a las mil maravillas todas las formas del cuerpo, a la vez que es rico y airoso […] la primera vez que vi a unas jóvenes tehuantepecanas en su vestido nacional, me parecieron divinas”. 

Entre los años 1859 y 1860 Charles Brasseur, sacerdote francés y estudioso de la antropología y etnología, fue de los primeros viajeros en hablar de ellas. Durante un recorrido por el istmo, al atravesar la llanura de Tehuantepec, subrayaba que las mujeres de la región eran la inspiración de los hombres, quienes luchaban por mantener una tranquilidad social aún con las pugnas internas, y ellas fungían como la fortaleza de la familia. Afirmaba que las tehuanas eran las “menos reservadas” que había visto, y no en un sentido sexual y erótico, sino por la entereza y fortaleza con la que convivían con un hombre. En una crónica de su estadía relató: 

“Nunca vi más que a una que se mezclaba con los hombres sin la menor turbación, desafiándolos audazmente al billar y jugando con una destreza y un tacto incomparables. Era una india zapoteca, con la piel bronceada, joven, esbelta, elegante y tan bella que encantaba los corazones de los blancos […] no he encontrado su nombre en mis notas […] delante de mí la llamaban la didjazá, es decir, la zapoteca, en esta lengua; quedé tan impresionado por su aire soberbio y orgulloso, por su riquísimo traje indígena, tan parecido a aquel con que los pintores representan a Isis, que creí ver a esta diosa egipcia o a Cleopatra en persona.” 

Los extranjeros veían en ellas una majestuosidad indígena acompañada de un vistoso traje, que aunque no es el tradicional bordado con el que se les conoce en la mayoría de las imágenes, sí era el de una tehuana “rabona”. Cabe mencionar que las “rabonas” son las que visten un huipil de cadenilla (bordado de líneas y grecas a máquina) y una falda sencilla cuya tela tiene vuelo pero no lleva olán. 

Parte de las historias y la belleza que distingue a las tehuanas es la variedad de trajes que usan. Su vestimenta ha sido objeto de imitación por figuras como Frida Kahlo, Dolores Olmedo, María Félix y Elena Poniatowska. En las fiestas se usa el huipil con falda bordado de tela de terciopelo negro, rojo, púrpura u otro. 

Brasseur hablaba de una mujer istmeña cuya vestimenta era una falda de una tela a rayas, color verde agua, simplemente enrollada al cuerpo, envuelta entre sus pliegues, desde la cadera hasta un poco arriba de los tobillos; un huipil de gasa de seda rojo encarnado, bordado de oro; una especie de camisola con mangas cortas y un gran collar formado por monedas de oro, agujereadas y encadenadas. Su cabello era trenzado con largos listones azules. 

De igual forma, el litógrafo italiano Claudio Linati relata y dibuja la versión de la mujer de Tehuantepec bajo su perspectiva. 

Linati y Brasseur estudian a las istmeñas en distintos tiempos del México decimonónico. Cada uno alude a ellas en distintas formas: el litógrafo italiano las llama tehuantepecanas, mientras que el sacerdote francés les dice zapotecas. Cada uno buscaba conocer las poblaciones indígenas en las primeras décadas del México independiente. Las tehuanas son descritas con un traje sencillo, una falda ajustada que envuelve su figura y un resplandor que adorna la cabeza y les da un distintivo sobre cualquier otro traje regional mexicano. 

Fuente: https://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/la-mujer-istmena-fuerza-y-majestuosidad-indigena 

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